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Equipo Infinito.



lunes, 5 de septiembre de 2016

El Oro De Los Alquimistas

Cobre de Cáliz, una onza; Oropimente, azufre nativo, una onza y plomo nativo, una onza; rejalgar descompuesto (sulfuro de arsénico), una onza. Cuézase en aceite de rábano, con plomo, durante tres días. Póngase en una cubeta y colóquese sobre las brazas, hasta que el azufre haya desaparecido, entonces retírese del fuego y se encontrará el producto. De este cobre tómese una parte y tres partes de oro. Fundase a fuego fuerte y se encontrará convertido todo en oro, con la ayuda de Dios.

Si Ud. sigue esta receta, obtendrá una aleación de: 66% de oro y 33% de una mezcla de cobre, plomo y arsénico; Esta aleación parecería, muy cercanamente, al oro puro, en color y resistencia. Desde el momento mismo en que el hombre transformó una piedra en un utensilio, se estableció en él la actitud de expectación ante la materia y la necesidad de comprenderla para poder transformarla en formas más útiles a sus necesidades. Así, los primeros sabios naturalistas, que comenzaron la especulación científica, se centraron en la naturaleza de las cosas y en el estudio del elemento fundamental de la materia.

Para Tales de Mileto, todo estaba formado por el agua, para Heráclito el fuego; hasta desarrollarse la teoría de los cuatro elementos. Aristóteles sistematizó su teoría de la materia, según la cual había un elemento persistente, -la materia-, y un elemento que se transforma, -la forma-. Sin embargo la transformación, según esta teoría, no se puede hacer directamente, sino que debe pasar por un proceso de descomposición como sucede con los alimentos, que deben ser digeridos para transformarse en carne. Esta teoría indicaba, así, que podía darse cualquier forma a la materia; no es de extrañar, pues, que surgieran personas empeñadas en la transmutación de la materia y, siendo el oro el mineral más valioso, que los esfuerzos se dirigieran a la transmutación de metales menos costosos en oro. El propósito ostensible del alquimista era el de transformar metales en oro. En nuestro tiempo sabemos que la transmutación de un elemento en otro requiere de cantidades de energía (nuclear) que no estaban a la disposición de nuestros alquimistas. La transmutación, de un elemento en otro, sólo se logra por medio de una reacción nuclear, y no puede lograrse por medio de reacciones químicas; sin embargo, antes de los trabajos de Lavoisier no había ninguna razón teórica que impidiera la transmutación de un elemento en otro.

Al considerar la alquimia debemos volver atrás en la historia y considerar las concepciones sobre la materia de un hombre inteligente que ve cambios en la naturaleza y que los asocia a los cambios que él mismo experimenta. Para entender el lenguaje de la alquimia debemos comprender la ciencia de su tiempo; los intelectuales adoptaron las teorías sobre la materia y los cambios químicos que habían sido sostenidas por los sabios del siglo IV y III a.C., especialmente por Aristóteles, y por los escritos de los médicos griegos. Las principales doctrinas sobre la materia estaban centradas en la de: materia forma y espíritu. Debe interpretarse la -materia- como la parte que no se transforma y como -forma- la parte que cambia de un material a otro y que le da sus propiedades; así, por ejemplo: el hierro y el orín eran considerados la misma -materia- en -forma- diferente. Aristóteles en un famoso pasaje de su Meteorológica explica: Hemos dado alguna información sobre los efectos de la secreción sobre la superficie de la tierra, debemos proponernos descubrir su acción bajo dicha superficie. Así como su doble naturaleza da lugar a efectos varios en la región superior, aquí es la causa de dos variedades de cuerpos, puesto que mantenemos que hay dos exhalaciones, una vaporosa; la otra fuliginosa; y que a ellas corresponden dos clases de cuerpos que se originan en la tierra, el fósil y los metales. En lo que se refiere a la exhalación seca, es aquella que mediante la combustión da lugar a todos los cuerpos fósiles como las clases de piedras que no pueden ser fundidas; rejalgar, ocre, limonita, azufre y otras similares. La mayor parte de los cuerpos fósiles son cenizas coloreadas o una piedra concretada a partir de ellas, como por ejemplo el cinabrio. La exhalación vaporosa es causa de todos los metales; las cosas fusibles o dúctiles, como el hierro, el cobre, el oro. Todas estas cosas son producidas por la exhalación vaporosa cuando se encierra, especialmente, en recipientes de piedra. Habiéndose congelado y comprimido en una cosa, como el rocío o la escarcha, al separarse produce estas cosas por su sequedad. En consecuencia estas cosas son agua en un sentido y en otro no lo son. Porque la materia era potencialmente la del agua, pero ha dejado de serlo; no es tampoco la de ciertas aguas que han cambiado algunas de sus propiedades, como son los jugos. No obstante que el oro y el cobre están formados de esa manera, cada uno de ellos se formó mediante la exhalación congelada antes de que se formase el agua. Por lo tanto todas son afectadas por el fuego y tienen algo de tierra, puesto que contienen exhalación seca. Pero el oro solo no es afectado por el fuego. Ésta es la teoría general de todos esos cuerpos, pero debemos considerar a cada uno de ellos en particular.

Aunque en el período más antiguo de la alquimia Aristóteles no era muy popular como las escuelas estoica y hermética, estas se apoyaban, aún mas que la Aristotélica, en la teoría del aliento o espíritu, que era para ellos la raíz y el principio activo de todas las cosas. Los estoicos concebían todos los cambios en el mundo como resultado de cambios en la materia; logrados mediante el esfuerzo del primer fuego, que puso en acción las potencias a manera de simientes de las cosas y fue causa de su desarrollo de acuerdo con el plan inherente a su naturaleza; el agente que efectuaba estos cambios era un aliento. Podemos decir que la alquimia tenía su justificación en tres ideas aceptadas por la ciencia antigua: 1) La posibilidad, en teoría, de transformar cualquier tipo de materia en cualquier otro tipo 2) la necesidad de la corrupción de la materia que ha de transformarse y del calor para la generación de la nueva forma. 3) La existencia de un aliento o espíritu, con el poder de impulsar y dirigir la generación, dando nuevas formas a la materia. Estas ideas son concordantes con la idea que se tenía de las transformaciones que sufren los humanos al morir, corromperse el cuerpo y emerger de él el alma inmortal y volver a comenzar un nuevo ciclo, en forma más pura o en una forma más primitiva. Así, para los antiguos las reacciones químicas se asemejan a la tragedia de la vida en los humanos, la muerte, el tránsito después de la muerte y la resurrección. Y no deberá extrañarnos que, en muchos escritos de los alquimistas, las reacciones químicas estén narradas en un lenguaje muy parecido a la tragedia griega. Veamos este fragmento del tratado de Zósimo: Diciendo estas cosas me fui a dormir y vi un sacerdote del sacrificio de pie ante mí en la cumbre de un altar en forma de cuenco. Este altar tenía quince escalones que conducían a él. Entonces el sacerdote se levantó y oí una voz de arriba que me decía: -He logrado el descenso de los quince escalones de la oscuridad y el ascenso de los escalones de la luz y es él quien sacrifica, el que renueva, desechando la vulgaridad del cuerpo; y habiendo sido consagrado como sacerdote por necesidad, me he convertido en espíritu.- Y habiendo oído la voz de aquel que estaba en el altar con forma de cuenco le pregunté, deseando saber quien era. Me contestó con una voz débil diciendo : -Soy Ión, el sacerdote del santuario y he sobrevivido a la violencia intolerable. Porque por la mañana vino de repente uno, que me descoyuntó con una espada separándome con violencia según el rigor de la armonía. Y desollando mi cabeza con la espada que sujetaba bien, mezcló mis huesos con mi carne y los quemó en el fuego del tratamiento, hasta que mediante la transformación del cuerpo aprendí a convertirme en espíritu. Y otra vez vi el mismo altar divino y sagrado en forma de cuenco y vi un sacerdote vestido de blanco celebrando esos misterios tenebrosos y dije: -¿Quién es éste?- Y, contestando, me dijo -Este es el sacerdote del Santuario. Quiere poner sangre dentro de los cuerpos, para aclarar los ojos y para levantar al muerto. Y así, cayendo de nuevo, me dormí por breve espacio de tiempo, subí sobre el cuarto escalón y vi, viniendo del este, a uno que tenía una espada en la mano. Y otro detrás de él llevando un objeto redondo banco y brillante y precioso a la contemplación, cuyo nombre era el meridiano del sol y cuando me arrastraba hacia el lugar de los castigos, el que llevaba la espada me dijo: -Corta su cabeza y sacrifica su carne y sus músculos por partes, hasta el final, que su carne se cueza de acuerdo al método y que soporte entonces el castigo.- Y así, despertando otra vez dije: -Bien comprendo que estas cosas se refieren a los líquidos del arte de los metales.- Y aquel que llevaba la espada dijo de nuevo: -Tu haz cumplido los siete escalones de abajo.- Y el otro dijo, al mismo tiempo que todos los líquidos arrojaban el plomo, -el trabajo está completo.-

El proceso químico que describe es probablemente la reacción de un metal con un reactivo y la subsiguiente restauración a su condición metálica. La alquimia presenta ya sus rasgos esenciales que perdurarán durante toda la edad media: su secreto, su carácter simbólico, y la correspondencia entre lo que ocurre en el interior de las vasijas y lo que ocurre en el mundo a los seres superiores. Este tipo de lenguaje se utilizaba con el fin de exponer el significado de la operación al instruido, y ocultar la práctica al ignorante. Los cambios que se producían en el trabajo de los metales impresionaban a los que lo contemplaban. El metal se convertía en una masa informe, negra; luego otro proceso lo traía nuevamente al estado metálico, muchas veces en un estado de mayor excelencia. El proceso era de hecho un símbolo de lo que entonces se buscaba: misterio, muerte y resurrección, como predicaban algunas religiones, entre ellas la cristiana. En esta vida se sucumbe al pecado y son los fuegos del purgatorio los que limpian el alma para que remonte, gloriosa, a las dulces praderas de la existencia paradisíaca. Así, el metal debía morir y descomponerse hasta la más negra corrupción para levantarse de su apestosa existencia: nuevo, glorioso e incorruptible, como el oro. Aunque la costumbre de tratar los metales para darle una mejor apariencia se practicaba, seguramente, desde antes de que hubiese una teoría que la respaldara, los griegos no practicaron la alquimia, por lo menos con la connotación de una ciencia esotérica. Los mismos alquimistas suponen el origen de su arte en Egipto, hacia el año 300 de nuestra era, por lo tanto debemos considerar a Zósimo, que escribió hacia el año 300, como uno de los primeros alquimistas de los que se tengan escritos. Así describe en uno de sus libros las -artes- de la astrología y del tratamiento de metales: Aquí se establece el libro de la verdad Zósimo te saluda ¡oh Theosebeia! Todo el reino de Egipto, señora, depende de estas dos artes, la de las cosas estacionales y la de los minerales. En lo que se refiere a aquella que llaman arte divina, sea por su aspecto filosófico o dogmático o por sus fenómenos en general, fue dada a los que eran maestros en ella para que la custodiaran, y no solo esta arte, sino también aquellas que son llamadas las cuatro artes liberales y los procedimientos técnicos, porque su capacidad creadora es propiedad de los reyes. Así, pues, si los reyes lo permiten, uno que haya recibido el conocimiento, como herencia de sus antepasados, podría interpretarlo, ya sea en la tradición oral o en las columnas con inscripciones. Pero el que conoce estas cosas por completo no practica el Arte él mismo, pues sería castigado. De la misma manera, bajo los reyes egipcios, los trabajadores de las operaciones químicas y aquellos que conocen el procedimiento no trabajan por su cuenta, sino que servían a los reyes egipcios, trabajando para llenar las arcas de sus tesoros. Porque tenían una especie de capataces que ejercían una estricta vigilancia no solo sobre las operaciones químicas, sino sobre las minas de oro. En consecuencia, si algún minero encontraba algo, era la ley entre los egipcios que debía entregarse para su ingreso en el registro público. Algunos papiros de esa misma época dan recetas para la preparación o falsificación del oro, la plata, el asemos (significaba, para los griegos, un metal blanco parecido a la plata), piedras preciosas y colorantes. He aquí una receta para aumentar el peso de oro; encontrada en el papiro de Leyden. Para aumentar el peso del oro, fundase éste con una cuarta parte de cadmia. Así resultará más pesado y más duro. La cadmia era una mezcla de óxidos de metales comunes, cobre, zinc, arsénico, etc., que se obtenía de las paredes de las chimeneas de las fundiciones de cobre. Este procedimiento transformaba los óxidos en metales que, al mezclarse con el oro, rebajarían su pureza aumentando su peso. También de este mismo papiro la receta para la purificación de la superficie del oro: Para dar a los objetos de cobre la apariencia de oro, de tal manera que ni al tacto ni frotándolos en la piedra de toque se descubran; particularmente útil para hacer un anillo que parezca bueno. Este es el método. Tritúrese oro y plomo hasta convertirlo en un polvo tan fino como la harina: 2 partes de plomo por una de oro, mézclese e incorpóreseles goma, cúbrase el anillo con esta mezcla y caliéntese. Esto se repite varias veces hasta que el objeto ha tomado el color dorado. Es difícil descubrir la falsedad porque, al frotamiento deja la señal de un objeto de oro y, el calor consume el plomo y no el oro.

Y he aquí una receta para hacer Asemos: Tómese cobre que haya sido preparado para usarlo y sumérjase en vinagre de tintorero y alumbre dejándolo en remojo durante tres días. Fúndase entonces una mina de cobre, algo de tierra de Chian, de sal de Capadocia y de alumbre en escamas hasta completar seis dracmas. Fúndase con cuidado y resultará excelente. Añádanse no más de 20 dracmas de plata buena y probada que hará la mezcla completa permanente. Esto da una aleación compuesta de cobre y arsénico con un 20% de plata y se presentará como un metal blanco brillante.

Aunque estas recetas podrían usarse para fabricar metales con los que se puede estafar al público, las recetas de este papiro no se consideran alquimistas puesto que no hay en ellas ninguna teoría filosófica de transmutación ni hay indicios de revelación de los dioses o tradiciones que remonten hasta los antiguos filósofos. Simplemente nos demuestra que en Egipto existía la tradición del trabajo de los metales, antes de la aparición de los alquimistas, y que esta tradición contribuyó sin duda a la aparición de la alquimia.

Los primeros alquimistas aparecieron, seguramente, en el período de decadencia de la ciencia griega, en Alejandría, quizás por los años 100 o 200 de nuestra era, aunque algunos autores sitúen los escritos de un alquimista que firmaba con el nombre Demócrito en los años 250 a.C. El hecho de que ningún alquimista fue mencionado por sus contemporáneos nos indica el carácter secreto que tenían estos trabajos; en general firmaban sus trabajos con seudónimos, algunas veces usaban nombre de dioses como Isis, Hermes etc. otras con nombre de reyes importantes como Cleopatra; nombres de antiguos filósofos como el caso ya mencionado de Demócrito o incluso Moisés. Sin embargo hay nombres que parecen ser reales como el caso de Komarios, María la Judía etc.. El autor ya citado mas arriba, Zósimo, es posterior a estos autores y escribió una enciclopedia de la alquimia. La práctica de escribir libros firmándolos con nombres ajenos, haciéndolos aparecer mas viejos de lo que eran en realidad, se continuó durante la edad media, es así que aparecieron escritos de alquimia de Raimundo Lulio, Santo Tomás de Aquino, Roger Bacon y otros famosos filósofos; muchas veces el texto falso estaba escrito por un imitador que trataba de copiar su estilo y modo de pensar.

El alquimista no buscaba el progreso de su arte como lo hacían los sabios de su época, su trabajo consistía en el redescubrimiento, a través de nuevas interpretaciones, de los antiguos escritores, a los cuales se le atribuían el conocimiento de secretos que aún no eran del dominio público. Todos los alquimistas hacían su trabajo para obtener la fabricación artificial de algún metal precioso, generalmente oro y plata, a veces, piedras preciosas o la famosa púrpura de Tiro; esta sustancia, con la que se teñían los mantos reales o sacerdotales, se extrae de un caracol, no es un colorante mineral.

En aquellos tiempos no se sabía que existe un solo individuo químico exactamente definido llamado oro, para los antiguos el oro era un metal brillante, pesado, amarillo, que no se esmirria, y muy resistente al fuego. Había muchas clases de oros, así como existen muchas clases de vinos o de quesos. Dos pruebas se hacían para distinguir la calidad del oro; la primera consistía en frotar el oro con una piedra negra, que llamaban piedra de toque, y la calidad del oro se juzgaba según la extensión y el color de la raya que quedaba marcada, la otra era la del fuego; el oro resiste al fuego sin variar, esta prueba descarta las aleaciones con metales comunes. Además, se contaba con el delicado sentido de los orfebres, la prueba mas confiable. Así que para que un alquimista hiciese oro era necesario o suficiente que el metal se acercara al oro en color y brillo, que fuera resistente al fuego y que tuviera un alto peso especifico.

Uno de los mayores éxitos obtenido por los alquimistas fue el doblado del oro según la receta con que comienza este artículo. Al fundir el oro con cobre le da un tono rojizo y al fundirlo con la plata un tono verdoso, al mezclarlo con una aleación de ambos no le cambia el color, sin embargo, no hay que considerar que los alquimistas se consideraban falsificadores de oro, ellos creían que fabricaban oro realmente; que el oro actuaba como semilla y que se nutría para crecer del cobre y la plata. Algunas de las recetas de los alquimistas aún se usan hoy en día para la fabricación de oro de 18 o 14 kilates. Recordemos que el oro de 18 y 14 kilates son aleaciones de oro y cobre con una pequeña parte de zinc y de arsénico, estas aleaciones dan un oro un poco más brillante que el oro puro. También se hacen aleaciones de oro, cobre y plata que reproducen mejor el color del oro puro. Algunos oros, de menor calidad, contienen mucho cobre y algo de oro y plata, el cobre le daría el color y la adición de plata y oro evita la corrosión.

Otra práctica de los alquimistas consistía en tratamientos de superficie, entonces como ahora, se empleaban tres métodos principalmente para estos tratamientos. Se cubría el metal con una laca compuestas de gomas; como se trata hoy en día el latón. Se teñía el metal con soluciones que forman una delgada capa superficial de sulfuros. Y se hacía un tratamiento con sustancias corrosivas, al oro rebajado, para que se eliminaran los otros metales en la superficie Sin embargo los métodos de obtención del oro, empleado por los alquimistas, se distingue, de los viejos métodos empleados por los orfebres, por someter a la materia prima a una serie de procesos muy complejos en los que se incluían sustancias volátiles, -espíritus-, realizados mediante destilaciones, y se sometían los metales a la acción de vapores, todo esto ligado a un rito de características que se pueden confundir con la magia. Es sobretodo en esta búsqueda esotérica que van a desarrollar una diversidad de equipos que inspirarán la fabricación de la mayoría de los aparatos con que los químicos del siglo XIX hicieron sus más grandes descubrimientos. He de describiros el tríbikos porque así se llama el aparato hecho de cobre y descrito por María, la transmisora del Arte. Dice lo que sigue: Háganse tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos que los de una sartén de cobre de pastelero; su longitud ha de ser aproximadamente de un codo y medio. Háganse tres tubos así y también un tubo ancho del ancho de una mano y con abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los tres tubos han de tener sus aberturas adaptadas en forma de uña al cuello de un recipiente ligero, para que tengan el tubo pulgar, y los dos tubos de dos unidos lateralmente en cada mano, hacia el fondo de la cabeza del alambique hay tres orificios ajustados a los tubos, y cuando se hayan encajados estos se sueldan en su lugar recibiendo el vapor el superior de una manera diferente. Entonces, colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que contiene el azufre y tapando las juntas con pasta de harina, colóquense frascos de cristal al final de los tubos anchos y fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua del medio.

El primer hallazgo que siguió al descubrimiento de la destilación fue la simple condensación del agua de mar en la tapa de la cazuela, proceso ya descrito por los antiguos sabios griegos; el siguiente paso podemos suponer que fue la condensación del mercurio con un frasco como tapadera, frasco que más adelante se le hicieron unos dobleces en los bordes de la tapadera para recoger el condensado, y, luego, la adición de un tubo que transporte el condensado. Los alquimistas reportan que destilaban azufre con estos alambiques, sin embargo es difícil imaginar que con estos alambiques se pudiera destilar el azufre que conocemos hoy en día, sabemos que además agregaban huevos durante la condensación. Seguramente pensaban que podían extraer el -aliento vital- y el color dorado de la yema de los huevos. El líquido destilado se recolectaba en tres fracciones; la primera era un destilado claro que llamaban agua de lluvia, después un liquido dorado pálido llamado aceite de rábano y luego un líquido oscuro verde amarillo llamado aceite de ricino. Si realmente destilamos huevos obtendremos primero un liquido trasparente débilmente alcalino, luego un destilado amarillo dorado, algo aceitoso que contiene sulfuro de amonio, amoníaco y bases piridínicas y por último un liquido espeso amarillento muy oscuro que contiene bases piridínicas y productos breosos, lo que corresponde muy de cerca de las descripciones de los alquimistas. Estos líquidos podían atacar y colorear algunos metales. Pero no sólo huevos destilaban los alquimistas; llegaron a destilar todo tipo de productos animales y vegetales, siempre con el objetivo de encontrar líquidos que pudieran conferirle propiedades nuevas a los metales. Los alquimistas mencionan unos ochenta aparatos diferentes. Hornos, lámparas, baños de estiércol, crisoles etc.

La importancia del trabajo del alquimista, al lograr los maravillosos fenómenos de los cambios químicos asimilándolos a los sucesos de la naturaleza, así como la importancia asignada a estas aguas obtenidas por destilación, se encuentra en uno de los primeros escritos que la alquimia nos ha dejado, en un pasaje de El diálogo de Cleopatra y los Filósofos leemos: Entonces Cleopatra dijo a los filósofos: -Mirad la naturaleza de las plantas, de donde vienen. Porque algunas descienden de las montañas y crecen fuera de la tierra y otras crecen de los valles y otras vienen de los llanos. Pero mirad como se desarrollan, porque es en ciertas épocas y días cuando debéis recogerlas; y las tomáis de las islas del mar y del lugar más encumbrado. Y mirad el aire que las atiende y el círculo nutritivo que las rodea, que no perecen ni mueren. Mirad el agua divina que les da de beber y el aire que las gobierna después de que les ha sido dado un cuerpo en un simple ser.- Ostanes y los que estaban con él respondieron a Cleopatra: -En ti se oculta un secreto terrible y extraño. Alúmbranos arrojando tu luz sobre los elementos. Dinos cómo lo mas alto desciende a lo más bajo y lo mas bajo se eleva hasta lo mas alto y cómo aquello que está en el medio se aproxima a lo mas alto y está unido a ello y cuál es el elemento que cumple estas cosas. Y dinos cómo las aguas benditas visitan los cadáveres que yacen en los infiernos encadenados y afligidos en la oscuridad y cómo la medicina de la Vida los alcanza y los levanta como despertados del sueño por sus poseedores; y cómo las nuevas aguas, producidas en el féretro, surgen después de que la luz las penetra al principio de su postración y cómo la nube que soporta las aguas surge del mar.- Y los filósofos, considerando lo que les había sido revelado, se regocijaron. Cleopatra les dijo: -Las aguas, cuando vienen, despiertan los cuerpos y los espíritus débiles y prisioneros que sufren de nuevo la opresión y están encerrados en los infiernos, y sin embargo en un instante crecen y se levantan y se visten de diversos colores gloriosos como las flores en primavera y la misma primavera se regocija y se alegra con la belleza que lucen. Porque yo os digo esto a vosotros que sois sabios: cuando quitáis las plantas, elementos y piedras de sus sitios, os parecen maduras. Pero no están maduras hasta que el fuego las ha probado. Cuando están vestidas en la gloria del fuego y su color brillante, entonces os aparecerá mejor su oculta gloria, su búsqueda de la belleza, transformada al divino estado de la fusión. Porque se nutren en el fuego y el embrión crece poco a poco nutrido en el claustro materno y cuando se aproxima el mes señalado no se refrena su nacimiento. Así es el procedimiento de este valioso arte. En el infierno los hieren las olas una tras otra en la tumba en que yacen. Cuando la tumba se abre surgen de los infiernos como el niño del vientre.-

Los alquimistas, desde los primeros tiempos, acostumbraban a asociar símbolos a los metales y conectaban los metales con los planetas, así muchos metales tenían por símbolo el mismo del planeta asociado. Al oro se le asoció el símbolo que representaba al sol; a la plata se le asignaba el símbolo de la luna creciente; al mercurio el de la luna menguante; al cobre el símbolo de Venus; al plomo el de Saturno; al hierro el de Marte. En los textos antiguos al estaño se le dio el símbolo de Hermes y al electrum el de Zeus; mas tarde el electrum (aleación de oro y plata) dejó de considerarse un metal separado y se le dio su símbolo al estaño; el símbolo de Hermes se le dio al mercurio. Estas asociaciones encierran la idea de que los movimientos de estos planetas estaban conectados causalmente con las actividades terrestres del metal.

La alquimia griega contiene los rasgos principales de la alquimia que se desarrolla durante toda la edad media y al principio del renacimiento, sin embargo, carece de la noción de la piedra filosofal. El alquimista medieval buscaba una sustancia de enorme potencia, capaz de curar todas las enfermedades, y que tenía la propiedad de que una pequeña cantidad de ella podría transformar una gran cantidad de metal común en oro. Esta idea no se encuentra en los alquimistas griegos cuyo único fin, parecía ser, únicamente, el de producir oro artificialmente.

El origen de la piedra filosofal debemos buscarlo en la alquimia de los pueblos orientales, la idea de una droga, que actúe como un elixir de inmortalidad, aparece en la literatura india antes del año 1000 a.C.. En cambio la primera evidencia de alquimia en China se remonta al siglo IV a.C.. Y se conoce de una ley que prohíbe la falsificación del oro por medios alquimistas, promulgada en el 175 a.C. También se conoce que en el año 60 a.C. el emperador designó a un sabio para que preparase oro alquimista y prolongase así la vida del imperio. Parece que fracasó. Se conocen una gran cantidad de leyendas chinas ligadas a la fabricación de un elixir que prolonga la vida y la ennoblece. Está claro que la alquimia florece en China en los últimos siglos anteriores a nuestra era, siendo claro que su interés principal es el de la prolongación de la vida. Es muy probable que los alquimistas árabes recibiesen información acerca de ella y a través de ellos llegase a Europa. Los versos que siguen nos dan una idea sobre las motivaciones de los alquimistas chinos:

Si hasta la hierba chu-sheng puede hacernos vivir mas


¿Por qué no poner el Elixir en la boca?
el oro no se enmohece ni corroe por naturaleza;
Luego es la más preciada de las cosas.
Cuando el artista lo incluye en su dieta
La duración de su vida llega a ser eterna...
Cuando el polvo de oro penetra en las cinco entrañas
Se disipa la niebla, como las nubes dispersadas por el viento.
Penetran en los cuatro limbos fragantes exhalaciones;
El semblante resplandece con bienestar y alegría
Los cabellos blancos se vuelven todos negros
Los dientes caídos crecen en su antiguo sitio
El viejo caduco vuelve a ser robusto joven
La arrugada vieja es de nuevo una muchachita
Aquel cuya forma ha cambiado y ha escapado a los peligros de la vida, lleva por título el nombre de Hombre Verdadero.

Los alquimistas chinos eran seguidores de Lao Tsé, cuya filosofía se asoció a toda forma de magia y encantamiento, según esta filosofía, si nuestro cuerpo alcanza una perfecta armonía con el Tao (camino, ruta) a través del Wu Wei (la no-acción o la acción en armonía con la naturaleza), que lleva todas las cosas al ser y las disuelve en el no-ser, adquiriría los atributos del Tao y alcanzaría la inmortalidad. El taoísmo enseñaba así, a sus seguidores, a llevar una vida larga y tranquila eliminando los deseos y los impulsos agresivos. El taoísmo como religión comenzó en el III siglo a.C. iniciando las prácticas alquimistas, ofreciendo, a los que no poseían los dones para alcanzar la armonía con el tao a través de un proceso místico, pero que poseían un ardiente deseo de alcanzar la inmortalidad, esa posibilidad a través de drogas. En la teoría china sobre la materia se proponen dos principios; Yang, el elemento activo o masculino y el Ying, el elemento pasivo o femenino. Las sustancias ricas en Yang proporcionan la vida y causan longevidad. Entre las sustancias más ricas en Yang se contaba al cinabrio (Sulfuro de mercurio) y en segundo lugar al oro. El cinabrio, que tiene un color rojo que se puede asociar a la sangre y, además, de él se extrae el mercurio (mercurio vivo) que, por ser líquido a temperatura ambiente, siempre ejerció una gran admiración y se ganó una fama bien justificada. Cuando se descubrió que el cinabrio no confería la inmortalidad la virtud fue transferida a una droga o elixir divino y esotérico, o al oro alquímicamente producido. Los chinos como casi todas las civilizaciones pre-científicas creían que los minerales maduraban en las rocas volviéndose gradualmente más preciosos; se suponía que el cinabrio se transformaba en plomo, el plomo en plata, la plata en oro; y no parecía irrazonable que este proceso se pudiera acelerar en un laboratorio.

Los métodos empleados no diferían de los métodos occidentales; los chinos conocieron, sin duda, la sublimación y la destilación, como se desprende de Ts’an T’ung Ch’i escrito por Wei Po-yang hacia el año 120 de nuestra era: Arriba tiene lugar el cocimiento y destilación en el caldero; debajo arde la rugiente llama. Delante va el Tigre Blanco indicando el camino; siguiéndole viene el Dragón Gris. El aturdido pájaro escarlata vuela con sus cinco colores. Encuentra una trampa en el nido y allí queda aprehendido, inmóvil y sin ayuda, y clama patéticamente como un niño por su madre. Se le pone quiera o no quiera en el caldero de líquido caliente con detrimento de sus plumas. Antes de que haya pasado la mitad del tiempo, aparecen dragones en gran número y con rapidez. Los cinco colores deslumbrantes cambian incesantemente. El líquido hierve de manera turbulenta en el horno. Aparecen uno tras otro para hacer una formación tan irregular como una dentadura de perro. Las estalagmitas que son como los carámbanos en pleno invierno, son esculpidas horizontal y verticalmente. Hacen su aparición alturas rocosas de regularidad no aparente, soportándose unas a otras. Cuando yin y yang están encajados con propiedad, prevalece la tranquilidad.


Tal parece que los orígenes de la alquimia en China y en el occidente surgieron independientemente, pero en la alquimia que se practicaba en la Europa medieval, seguramente, las dos influyeron a través de la que practicaron los alquimistas islámicos, que tuvieron contacto con los alquimistas chinos y fueron los que introdujeron la alquimia en Europa, a la salida de la época oscura.

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