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Equipo Infinito.



sábado, 29 de mayo de 2010

La Dama de Blanco y La torre de Talero Leyenda Neuquina


Los soldados decían que se les aparecía de noche, levitando entre los manzanos o como una ráfaga por encima del desagüe. También la vieron en fuga por entre los eucaliptos o resguardándose detrás de los pilotes que sostienen la baranda del balcón. Los conscriptos temblaban cada vez que ella asomaba.

Por eso, las guardias eran complicadas en el puesto 4 del cuartel neuquino, y ningún soldado se dormía de cara a la torre de Talero. Fueron esas apariciones las que hicieron que más de un recluta apuntara al cielo para descargar algún balazo de fusil.

Los soldados querían espantar (tal vez matar) a la dama de blanco, al fantasma que habita el centenario castillo.

"Era el peor lugar para hacer una guardia", admite un soldado, de 41 años, conscripto en 1982.

Una noche que Cisneros ubica en febrero, el soldado de guardia era un muchacho de Santiago del Estero, que se asustó más de la cuenta ante la sorprendente aparición.

El chico intentó correr y se le disparó el fusil. "Se voló los dedos del pie derecho, el plomo le perforó el borceguí, el pibe contó que se resbaló", cuenta y se lamenta Cisneros, uno de los más de mil soldados que, por entonces, tenía el batallón de Ingenieros.

A más de cien años de colocadas las primeras piedras, la torre o el castillo que levantó el poeta colombiano Eduardo Talero es el escenario de una leyenda urbana que, como toda buena historia oral, sobrevive y se expande. Es que los fantasmas existen: sólo hace falta que se crea en ellos.

"La dama de blanco" está en el imaginario como un amor que no fue.

Y por estos lados, los rumores son el medio de comunicación más antiguo del mundo revolotean historias alrededor de los ladrillos que Talero ordenó pegar.

La construcción -una verdadera joyita para la ciudad capital- fue declarada patrimonio histórico municipal y es custodiada por un servicio de vigilancia privada, que se las ve en figurillas para cubrir los turnos.

Es que los ruidos de pisadas, los de un lejano llanto ahuecado y otros lamentos cercanos han terminado con los nervios de más de un vigilador.

Y así como los soldados no querían hacer guardias en el puesto 4 (que está justo frente a la construcción) muchos vigiladores se niegan a trabajar en la mansa custodia de la señorial edificación, desgastada por el tiempo y el salitre.

"Cuando el clima está normal, hacemos la ronda, cuando hay tormenta no salimos porque por ahí se te aparece... A mi no me ha pasado nada, pero a un compañero se le apareció un hombre vestido de gaucho; mi compañero se fue, no quiso saber más nada. Sólo me ha tocado lo normal, escuchar pasos o ruidos en el techo, nada más", afirma Gustavo, el vigilador nocturno de la vieja torre.

La leyenda que abraza al casco de lo que fue la estancia "La Zagala" es la auténtica historia de fantasmas made in Neuquén.

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